Había una vez una Ijana que era muy presumida.
Ilustración de Marta Sotero
Cuando ella las vio, le gustaron mucho así que quiso
llevárselas a su cueva y decorarla con ellas. Entonces cogió la bolsa y se la llevó corriendo.
Cuando llegó a su cueva en medio del bosque, las colgó de las paredes, y desde aquel día la
oscuridad no existió nunca más en aquella cueva gracias a la hermosa luz de las
piedras.
Borel
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